miércoles, 11 de julio de 2012

Crónica de mis desventuras

   Cierta tarde de otoño, alrededor de las 3, me encontraba apaciblemente recostada en el cantero de la vereda de la señora Pura, una humilde y amable abuelita que me había cuidado cuando no era más que una pequeña gatita abandonada y sin compañía. La señora, a la cual recuerdo con mucho cariño, había sufrido una anunciada muerte después de años de espera y relatos animados en donde me contaba sobre su vida y como veía que esta llegaba a su justo cuando yo entraba en ella y lograba que se encariñara conmigo.
   Como decía, me encontraba sobre la hojarasca tibia que el sol calentaba y me permitía relajarme sin pensar en nada más que dormitar y disfrutar del silencio de un domingo cuando divisé en la vereda del frente, dos jóvenes que charlaban animadamente junto a la puerta. La chica, lucía como si recién despertara y sus ojos se veían cansados y adormilados, pero su mirada era alegre, como si estuviera feliz, y creo que lo estaba, porque así lo demostraba también su forma de ser con el chico. Este, era un poco más callado y quieto, quizás no tan demostrativo y evidente como la joven, pero me llamaba mucho la atención, ya que tenía un aire que denotaba confianza y cariño.
   De repente, nuestras miradas se cruzaron. El chico desde el frente fijó su atención en mí, mientras la adolescente seguía hablándole sin darse cuenta de que él ya no la escuchaba. Yo también abandoné mi adormecimiento y empecé a mirarlo más atentamente. Decidí cruzar y acercarme poco a poco al lugar donde se encontraban para determinar si el sujeto merecía mi confianza. Me dio todo el tiempo que quise, no se movió ni intento apurarme, simplemente me llamo y estiro su brazo para juguetear conmigo con una hoja seca. Yo no sé si lo sabían, pero amo las hojas secas. El sonido que producen al quebrarse, la manera que tienen de moverse al caer y como se sienten al pisar me inunda de placer y me hace sentir el ser mas dichoso sobre la tierra. Fue así como termine acercándome, convencida de que nada malo podría ocurrir junto a estos dos jóvenes que se veían muy amistosos.
   Me trajeron leche, notaron que algo sucedía conmigo, ya que estaba flaca y hambrienta. Quizás nunca imaginaron que extraño a la abuela Pura, pero si han podido darse cuenta de que estaba sola. Agradecí su compañía con ronroneos y lamidas en sus dedos, que demuestran la confianza que un gato puede tenerle al ser humano.
   De repente, hablaron. Yo estaba demasiado concentrada en los mimos como para darme cuenta de lo que planeaban.
   Me encontré, al cabo de unos minutos, dentro de una caja, en movimiento. Desesperé. No comprendía lo que estaba sucediendo y decidí sacar mi cabeza para espiar por un momento, sin interés de escapar o algo por el estilo. Noté que ya no estábamos en el barrio, y que nos movíamos. El joven, me saco de la caja en la cual me llevaban y me tomo con sus brazos para llevarme junto a él.
   Llegamos a una nueva casa, mucho más grande. En donde habitaban dos gatos más, que aunque al principio rechazaron mi llegada, poco a poco se fueron acostumbrando a mi presencia. Sus nombres no los recuerdo, pero eran unas mininas muy sociables, como yo. Nos hicimos amigas y justo cuando estaba comenzando a acostumbrarme a ese bonito lugar, con un gran patio, alimento y familia, decidieron movilizarme nuevamente; Esta vez, dentro de un vehículo sin escapatoria, transparente pero imposible de atravesar, mi cabeza intentaba salir, pero era bloqueada por alguna extraña fuerza que me dejaba ver hacia afuera pero no salir. No pude entender de qué se trataba; solo sabía que estábamos en movimiento.
   A partir de este momento, me temo, tendré que relatar la parte de mi historia en la que suceden los hechos más difíciles de aquellos días.
  Llegamos a una esquina, presentí que un extraño olor preponderaba en el ambiente. Escuché a los jóvenes discutir y sentí que me tomaban con más fuerza, luego, comenzaron a crispárseme los pelos del lomo como instinto natural y fue en ese momento cuando escuche con claridad los ladridos de aproximadamente veinte perros que se acercaban a mí y los jóvenes con ansias de pelea. No hice más que defenderme; intenté arañar a todos aquellos animales que pretendían interponerse en nuestro camino y los chicos un poco asustados me entregaron a una tierna señora, y con sus manos arrugadas que denotaban el arduo trabajo, comenzó a apretujarme todo el cuerpo, quizás en busca de algo fuera de lo normal. Aun no lo sé. Yo seguía totalmente aturdida por la presencia de aquellos perros que rodeaban a los jóvenes y la señora que me examinaba. Decidieron meterme en una caja, habrán pensado que era lo más seguro para mí. Pienso que se equivocan. A los gatos no nos gustan las cajas, no nos gusta sentirnos ajenos al mundo, encerrados, sin poder tomar el control de las cosas, a oscuras y sin escapatoria. Busqué todas las formas de salir, asustada y desorientada, pronto encontré una hendija por la cual se filtraba la luz y saque la cabeza. Mi dueño, o como así lo creía en ese momento, decidió llevarme nuevamente junto a su pecho, y así, en el medio de una crisis nerviosa gatuna, llegamos hasta el lugar en que toda la historia había comenzado.
   Me es imposible describir el miedo, la desorientación y el enojo que sufrí en aquellos momentos, durante el camino de vuelta luego de haberme cruzado con esos perros salvajes y sucios, que intentaban arremeter en mi contra, sin siquiera tener un poco de tolerancia por alguien ajeno a su raza; A veces son tan ignorantes que nosotros, aun más inteligentes, decidimos no tomarnos en serio su odio hacia nuestra especie.
  Cuando llegamos a la vereda de mi querida Pura, los muchachos, con cara de resignación y tristeza decidieron dejarme donde me habían encontrado, para ponerle fin a mi sufrimiento. No se sentían contentos por haberme hecho sufrir y se culpaban de lo que había pasado aquellos días en los cuales yo no había podido estar tranquilo en un apacible hogar. Lo que ellos nunca sabrán, es que a mí no me importó haberla pasado tan mal, porque yo con tal de no ser una solitaria, triste y desprotegida gata, soy capaz de resistir cualquier adversidad, siempre y cuando cuente con el cariño de un amo, que me permita ronronear y dormitar cerca de él todos los días.
   Hoy, sola como me encuentro, sin nada que hacer más que disfrutar del sol de la tarde, decidí contarles la historia más relevante de mi vida hasta el momento.


Tali G.